
Si eres un emprendedor, y especialmente si estás a punto de serlo, el concepto “Producto mínimo viable” lo tienes que tener extraordinariamente presente.
No es exactamente el mismo concepto que el de matar moscas a cañonazos pero por ahí van los tiros.
Vaya expresión, ¿no? No sé de dónde vendrá pero más explícita no puede ser.
En realidad el Producto Mínimo Viable viene íntimamente ligado al de la famosa metodología de creación de proyectos conocida como Lean.
O sea, empezar con lo mínimo. Pero eso ya es otra historia de la que hablaremos otro día.
Por ahora centrémonos en entender que es el Producto Mínimo Viable.
Índice de contenidos:
Los emprendedores nos flipamos por naturaleza.
Así es, tenemos que reconocerlo. Casi todos los emprendedores tenemos una característica común: somos soñadores.
¿Es también tu caso?
Cuando tenemos una idea le damos vueltas y vueltas exprimiendo todas y cada una de las posibilidades que tiene.
Evidentemente cada uno de nosotros tenemos diferentes grados de “flipamiento“.
Los hay que desde la cama de su cuarto ya se ven montando un Apple de turno y aquellos más comedidos que se ven tomando caipirinhas en el caribe trabajando desde su portátil.
Siempre hay matices.
El problema es que a la mayoría de las ideas potencialmente pueden ser la piedra filosofal que transforme el hierro en oro.
Son por así decirlo como un toro (jeje, ¿os acordáis de Jesulín?).
Es broma, las ideas son como los niños, todo potencia, nada acto. (véase la metafísica aristotélica).
Ve a un partido de fútbol alevín y pregúntales a los padres. Verás que a sus ojos la inmensa mayoría de ellos son potencialmente Cristiano Ronaldo.
Pero la vida luego nos pone a cada uno en nuestro sitio.
A los emprendedores nos pasa lo mismo con nuestros proyectos. Los conocemos desde que son una idea abstracta, trabajamos durísimo en sacarlos a delante, nos enamoramos de ellos y nos imaginamos un gran futuro para ellos.
Un poco como el cuento de la lechera pero sin todo lo negativo que este cuento encierra.
Así que para evitar males menores se creó el concepto de Proyecto Mínimo Viable, que no es más que una forma de contrastar nuestra idea con la realidad dotándonos de un método que nos aporte valores reales en los que basar nuestras decisiones en lugar de hacerlo en las nubes de humo conceptuales de fumeta.
Cuando menos es más.
A no ser que tengas una personalidad un poco kamikaze (¿la tienes?), el riesgo no te hará demasiada gracia.
Es verdad que produce adrenalina y eso, pero si no se te abre el paracaídas acabas pegándote un tortazo contra el suelo mortal de necesidad.
Y no me interpretes mal, no digo que debamos enrollarnos con un rollo de burbujas de plástico y nos acostemos en el sofá a ver pasar la vida.
Se trata ni más ni menos que de intentar dulcificar el golpe que te puedes llevar si todo sale mal.
Ni más ni menos.
Como decía antes, el choque de trenes entre el mundo de las ideas y el mundo de lo real puede ser tan devastador que en muchos casos acaba por descarrilar nuestros proyectos por los siglos de los siglos. Amén.
Así que tenemos que estar preparados para ello.
El Producto Mínimo Viable es por definición aquél que nos permite validar nuestras hipótesis con datos reales tras haber invertido los menores recursos posibles.
Bueno, esta definición es mía propia, pero creo que se entiende.
Si tu crees que un tu barrio hace falta alguien que venda chucherías no te compres un local de 200 m², todo el stock y montes una SL, hazte autónomo y alquila el kioskito de la esquina a ver que pasa.
Si el negocio funciona pues adelante, siempre hay tiempo para crecer.
Pero si no funciona lo más probable es que te acuerdes alrededor de 2 mil millones de veces de la trampa en la que te metiste y que se ha vuelto tu inseparable oscura compañera.
Y lo mismo pasa con todos los proyectos. Algunos no se trata sólamente de inversión pecuniaria, sino de complejidad de la arquitectura del mismo.
No merece la pena desarrollar un software que comparta textos, video, que te de los buenos días por la mañana y te pida automáticamente el café al supermercado cuando se te acabe.
Empieza con año pequeño y pruébalo.
Para ver si el producto en sí funciona o no funciona no hace falta desplegar toda la potencialidad del producto ni mucho menos. Con montar lo justo y necesario para que cumpla un función determinada y la cumpla bien es más que suficiente.
Ya creceremos cuando llegue el momento, pero si por lo que sea la cosa no funciona estaremos preparados para la siguiente batalla.
Las ventajas de hacer un Producto Mínimo Viable.
A modo de resumen y para que quede claro un concepto que me parece fundamental te invito a que sigas leyendo.
Seré breve, lo prometo:
1.Minimizas riesgos.
Si te gastas el 100% de tu presupuesto en la primera versión de tu proyecto ya sabes, tienes sólo una oportunidad, como no funcione nos vamos a casa a llorar porque no nos quedará margen de reacción.
Si por lo contrario lo has hecho pensando en minimizar las posibles vicisitudes que te pueden pasar contarás con una bala más en la recámara con punta de oro (imagina que es algo bueno, no tengo ni idea de balas 😮 ) que supondrá la diferencia entre el éxito o el fracaso.
2.Evitas la opinática.
La opinática es basar tus decisiones en lo que tu crees que pasará, pero sin basarte en datos empíricos.
Crees que hacen falta chucherías porque en mi barrio no hay ninguna tienda que las venda. Montas el kiosko y te das cuenta que no hay ninguno porque no hay niños. Craso error, pero todavía te queda margen para cerrar ese kiosko y montar otro en otro barrio considerando lo que ya has aprendido con el primer intento.
3.Cuanto antes mejor.
Un problema común de los emprendedores es el perfeccionismo.
Nuestro proyecto nunca está lo suficientemente listo para salir al mercado.
Reid Hoffman dijo:
Si no te avergüenza la primera versión de tu producto, lo lanzaste demasiado tarde.
Y es una verdad como un templo.
Cuanto antes puedas lanzarlo, antes podrás validarlo, antes podrás modificarlo, hacerlo crecer, ganar dinero…
Y viceversa.
4.El feedback es oro puro.
Así es, al lanzar el producto mínimo viable obtendrás lo más importante de todo: la opinión de tus clientes.
No hay nada más importante que eso.
Ellos son la razón y causa últimas de tu andadura y lo que ellos digan va a misa.
Al fin y al cabo la razón última de cualquier iniciativa emprendedora deber ser nada más y nada menos que el de solventar un problema a otro ser humano.
Altruismo no, pero si no es así y el foco lo tienes en otra parte posiblemente acabe mal la cosa.
En definitiva, alegre emprendedor, monta la versión más simple de tu idea, con los mínimos recursos posibles y dale una importancia infinita a analizar bien los datos de la retroalimentación de tus clientes.
Solamente tomando decisiones basadas en la realidad podrás ir creando un producto o servicio más y más competitivo.
¡Hasta la próxima!
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